Ya la locura cubre
Con su ala la mitad de mi alma,
Y le ofrece su vino de fuego,
Y la imanta hacia el negro valle.
He comprendido que debo
Cederle a ella la victoria
Oyendo mi propio delirio
Como si fuera ajeno.
Y no me dejará ella
Llevar nada conmigo
Por mucho que la suplique
O fatigue con mi plegaria:
Ni los terribles ojos de mi hijo,
Petrificados por el dolor,
Ni el día en que llegó la tormenta,
Ni la hora de la visita en la cárcel,
Ni la suave frescura de sus manos,
Ni la sombra temblorosa de los tilos,
Ni el lejano y ligero sonido
De las últimas palabras de consuelo.
¡Pintapollos Trotskistas! y otros artículos, de Fernando Arrabal
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Hace 5 años
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