Cuando ciego te buscaba mi alma te iba pariendo
mientras dejabas huellas con la forma de una luna.
No había paredes en mi cuarto solamente rincones
donde sombras con mil brazos pedían resplandores
No había un pan en mi altar y en el viejo pergamino
las moscas devoraban amargas letras sagradas.
No crecía un árbol de manzanas en mi solitario lecho
y a los dedos de mis manos se los llevaba el viento.
Fue así como te hice convirtiendo en carne mis sueños
con el resplandor de la luna dándote una piel de plata
colocando un ojo vivo en tus mil manos que imploran
para que doblada en cuatro fueras el cáliz de mi mesa
y en tus innumerables labios se tatuara el nuevo credo.
Tu voz sin fin entrando en el mundo como una hostia roja
hasta paralizar el infinito espejo en una eterna imagen
¡Pintapollos Trotskistas! y otros artículos, de Fernando Arrabal
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Hace 5 años
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